Todas las mentes preclaras de ese de este mundo en general y de este país en concreto, los que estamos más o menos estudiados por haber ido ido a la universidad o por haber leído lo suficiente, y todo aquel que tenga un mínimo de espíritu progresista, aspira a que en un futuro próximo la igualdad de géneros sea una realidad patente en todas las esferas de la vida cotidiana. De hecho, son muchos los que aseguran que se ha conseguido y enarbolan la bandera de la igualdad casi en plan histérico, pero no nos engañemos: el camino es largo y arduo, y apenas se han empezado a dar los primeros pasos. Tras siglos y siglos actuando de una manera, ¿pensamos que nuestra sociedad va a cambiar en unos pocos años, ni siquiera en cien? Podemos ser muy optimistas con la humanidad si queremos, pero no seamos ilusos, por favor.
La cuestión es que, más allá de convenciones sociales que claramente no están basados en criterios justificados, y que durante mucho tiempo ha dado a cada género un rol diferente, siempre me he preguntado si realmente todo es cuestión de cultura y costumbres. Precisamente hoy leía las noticias de la mañana, y me encontraba con una nueva conclusión del Informe PISA (Programme for International Student Assessment, o a lo que vamos, un estudio de evaluación sobre los estudiantes y sus conocimientos y aptitudes) que, sin querer, ahondaba en este tema. Porque según este informe, las chicas son mejores trabajando en equipo que los chicos, y realmente ¿a alguien le sorprende este dato?
Remontémonos a los albores de nuestra historia, y recordemos a nuestros antepasados prehistóricos, que no tenían un pasado tan lleno de prejuicios como el nuestro. Allí, las mujeres permanecían en las cuevas, cuidando de que hubiera comida, del cuidado de las pieles y por supuesto del de los hijos; los hombres, de caza, preparando los útiles para ellas o simplemente disfrutando del descanso junto al fuego (si lo piensas, tampoco es tan diferente a hoy en día, ¿será que no hemos avanzado nada en verdad?). Pero en esto, hay un factor que influía sobremanera y que no hay manera de saltarse: y es la propia genética. ¿Que por qué digo esto? Pues porque, por lo general, el género masculino está dotado de más músculo, lo que proporciona más fuerza, algo importante para sobrevivir en aquellos tiempos; y todo esto se acompaña de testosterona, que no sólo mantiene estas características sino que además proporciona cierto grado de agresividad y competencia. Así pues, ¿cómo en realidad iban a cambiar estas personas algo que estaba dentro de ellas, y que no sabían que millones de años después de iba a convertir en un problema?
Nuestra genética no ha cambiado, aunque nuestra mente sí lo haya hecho; y en ocasiones, bajo ciertas circunstancias y aunque querríamos que fuera de otra manera, todas estas características salen a la luz. ¿Cómo no pensar que las chicas son más cooperativas, empáticas y sociables que los chicos, y que eso se puede trasladar a la vida académica? Algo inevitable, la verdad. A ellos les resulta más fácil encontrar soluciones rápidas, hacer búsquedas más exhaustivas, y cualquier otra actividad que signifique trabajar en solitario. Y es que, instintivamente creo yo, se alejan de todo lo que sea competir con los demás, aunque en realidad el trabajo en equipo signifique colaborar, y no competir. Pero, ¿cómo explicar esto a nuestros instintos más primarios? Quizá tal y como para nuestros antepasados prehistóricos, sera realmente imposible.
Queremos que hombres y mujeres vivan en un mundo en el que no se coarte a nadie por su sexo, y que todos tengan las mismas oportunidades. Pero, ¿acaso los hombres pueden llegar a tener hijos? Biológicamente es imposible, y según algunos estudios, incluso podría serlo psicológicamente, pues el hombre difícilmente podría llegar a tener instinto materno. Si esto es así, porque está escrito en nuestra naturaleza, ¿quién sabe cuántas características más están escondidas en nuestro ADN, que condiciona nuestra forma de comportarnos, e incluso de pensar, sin que tengamos otra alternativa más que acatarlo? Realmente NO con letras mayúsculas a la discriminación, y sí a la igualdad ante cualquier circunstancia que nos relacione como seres humanos sociables. ¿Pero no reconocer que hay diferencias que nadie puede cambiar? Eso no sería muy inteligente.
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