No creo que para nadie sea un secreto que este viernes 24 de noviembre se celebra el mundialmente famoso «Viernes Negro«, Black Friday en inglés. Por si hay alguien que no sepa de este acontecimiento consumista, os diré que se trata de una tradición norteamericana, en la que el último viernes de noviembre, justo antes de que empiecen la locura de Acción de Gracias y Navidad, todos los comercios aprovechan el tirón para lanzar enormes rebajas sobre artículos de temporada. Esto era un invento yanqui, pero como el resto del mundo dicen que «civilizado» siempre está dispuesto a unirse a todo lo que sea comprar y vender, pues nada, se ha exportado a múltiples rincones del planeta, y ahora se ha convertido en un acontecimiento en el que todo el mundo participa.
No recuerdo que haga muchos años de esto, sin embargo, empiezo a detectar que la cosa se está saliendo de madre. Porque, de un único día señalado en el calendario, ahora se están haciendo precuelas, secuelas, y pronto se convertirá en una saga sin fin si esto sigue así. Sin ir más lejos, he leído en varios lugares que las rebajas del Black Friday ya se extienden durante una semana en distintos comercios, o que además hay un día sin IVA, o que directamente los precios se tiran al suelo de aquí hasta saber cuándo. ¡Y todavía no ha empezado la campaña navideña!
Realmente, son muchos los expertos que avisan sobre este tipo de eventos, que realmente pueden dar lugar a compras compulsivas. Y no pueden andar equivocados, pues hasta yo, que estoy avisando de un peligro del que estoy consciente, he querido dejar justo para este viernes un par de compras online que tengo que realizar; me digo a mí mismo que no tiene nada que ver, que estará bien hacerlo al final de semana cuando esté más relajado y tenga más tiempo para elegir entre diversas opciones, pero a quién quiero engañar: realmente quiero saber si podría ahorrarme algo verdaderamente, y además conocer esas ofertas que crean tantas expectativas. Al final, soy tan consumista como el que más.
De cualquier forma, creo que debemos tener cuidado. Este evento mundial, junto con el Día del Soltero que fue hace poco, y las famosas compras navideñas, nos están haciendo entrar en una espiral de consumo sin control que cada vez se alarga más en el tiempo. De hecho, yo creo que ya empieza después del verano, cuando en pleno septiembre puedes empezar a ver en los comercios un gran surtido de mantecados y polvorones, cuando aún no ha conseguido sacarse el helado de la boca. ¿Es realmente necesario todo esto? Por supuesto que no, pero parece que al ser humano le pirra eso de comprar por comprar, y puede que la siguiente crisis no sea la del ladrillo, sino la de las tarjetas de crédito.
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